Su libro Obesos y famélicos (Los Libros del Lince, 2008) se ha convertido en la Biblia de la antiglobalización del sistema alimentario. Defiende que tenemos tan poca libertad de elección ante nuestra alimentación que son las empresas las que controlan lo que comemos o dejamos de comer. Y los más perjudicados, además de nuestra salud, son los campesinos, que a duras penas sobreviven con su trabajo. Recientemente ha publicado The Value of Nothing, donde analiza lo caprichoso de establecer el valor de las cosas según el mercado. El nuevo volumen de este escritor, activista y académico nacido en Londres y actualmente afincado en San Francisco, debe su título a una reflexión de Oscar Wilde: "Hoy en día la gente sabe el precio de todo y el valor de nada".
¿Cuál es la conexión entre los mil millones de obesos y los 800 millones de hambrientos que hay en el mundo?
Desde que terminé de escribir Obesos y famélicos estas cifras han aumentado. Actualmente hay más de mil millones de personas con sobrepeso y otros mil millones que pasan hambre. La conexión entre ellos estriba en la manera en cómo se distribuye la comida a través del mercado. Paradójicamente, si bien producimos más comida que nunca, es ahora cuando más hambrientos hay, y la razón principal por la que existe el hambre es la pobreza. En Estados Unidos hay 49 millones de personas que pasan hambre, una cifra mayor que la población de toda España, y que a causa de la crisis no pueden permitirse comprar ciertos alimentos. Es fácil ver cómo el hambre se debe al libre mercado y al acceso a los alimentos a través de este mercado, pero también la obesidad y el sobrepeso están provocados por la pobreza. Si formas parte del 10% de la población más pobre, tienes el doble o el triple de posibilidades de padecer obesidad que si formas parte del 10% más rico.
Además de pasar hambre, si eres pobre tienes más posibilidades de padecer obesidad...
Quieren hacer dinero a costa de la comida y venden alimentos con sales, grasas y azúcares que nos hacen querer comprar más y más. Esta comida es muy rentable porque las empresas pagan muy mal a sus trabajadores y no pagan los costes ambientales y sociales que provocan. Como resultado, y en particular las personas más pobres, estamos inundados por las calorías baratas, que no son muy nutritivas, pero que nos ayudan a pasar el día. Y si una persona dispone de un presupuesto limitado, estas calorías económicas son las únicas que se puede permitir. Así se explica cuál es la razón de que la gente pase cada vez más hambre, pues hemos convertido la comida en una mercancía; y también por qué cada vez más gente padece sobrepeso, ya que esta mercancía está controlada por unas pocas empresas que sacan provecho de engordarnos.
Este sistema no es sostenible y es antidemocrático, pero si no podemos retroceder al pasado, a la forma antigua de hacer las cosas, ¿cómo vamos a alimentar a toda la población mundial en los próximos años?
Es una pregunta muy importante. Nuestro sistema alimentario depende de los combustibles fósiles y del agua barata para producir los cereales y la carne que comemos. Y el problema es que no disponemos de un suministro infinito de recursos, así que tenemos que preguntarnos cómo alimentaremos al mundo en 2050, cuando haya 9.000 millones de personas en la Tierra. ¿Cómo comeremos? El mejor hallazgo científico en este asunto proviene de un informe internacional publicado el pasado año con el título Agriculture at a crossroads (La agricultura en una encrucijada), en el que participaron 400 científicos que abordan el tema de la sostenibilidad y afirman que para poder alimentar al mundo necesitaremos una agricultura agroecológica y un mayor control local.
Sé que no le gusta, pero vayamos a un supermercado. Usted dice que allí no venden comida sino productos, y que cuando entramos en el supermercado el poder de cambiar las cosas desaparece.
En el momento en el que entras en un supermercado estás entrando en un entorno pensado para hacerte comprar impulsivamente. Se nos dice que favorecen la libre elección, pero es todo lo opuesto. Los supermercados intentan hacerte consumir más, en mayor cantidad y a un precio mayor de lo que normalmente te gustaría pagar. Todo está diseñado para hacernos comprar más: desde el olor en el sistema de aire acondicionado, por ejemplo a pan recién hecho, hasta la música, cuidadosamente elegida; incluso la geografía del supermercado, según la cual la leche siempre está en la parte de atrás. Si se tratará de conveniencia o libre elección, la leche estaría al principio y uno entraría, la cogería y se iría.
Y, ¿cuál es la alternativa?
Hay varias. Una de ellas, la más inmediata, es poder cultivar tu propia comida, porque es una forma mucho más barata y sostenible. Estás conectado con lo que comes y lo disfrutas más. Pero si no puedes, porque acceder a la tierra es muy difícil, formar parte de una huerta comunitaria o involucrarse en un mercado de agricultores es también una buena forma. Si compramos la comida en un mercado de agricultores, mucho más populares en Europa que en Estados Unidos, evitamos el supermercado, conseguimos la comida por menos dinero, el agricultor gana más y el dinero se queda dentro de la comunidad.
¿Por qué hay soja en la mayoría de comida que compramos?
La soja es una especie de comida milagrosa. Henry Ford quería construir coches enteros con semillas de soja... Con la soja se puede trabajar fácilmente y se encuentra en casi toda la comida producida de forma industrial como estabilizante para detener la pérdida de aceite y agua y que los alimentos puedan transportarse largas distancias. Sirve como conservante y potenciador del sabor y permite la producción masiva de comida. Y muchas veces ni sabemos que la estamos comiendo.
¿Y cuáles son las consecuencias de que esté en todas partes?
Respecto a la salud humana no lo sabemos, pero sí en lo que respecta al medio ambiente. En Estados Unidos y en Brasil, se cultiva de forma creciente y causa destrucción medioambiental y merma las aguas subterráneas. No obstante, quizás el peligro más sutil sea que perdemos el contacto con lo que hay en la comida, nos volvemos extraños con nuestro propio estómago y estamos poco conectados con lo que comemos.
España es el primer país europeo productor de transgénicos, pero no tenemos la opción de comer o no alimentos modificados genéticamente porque no sabemos las consecuencias que tiene para nuestra salud, o no nos informan de la composición de estos alimentos. En este sentido, ¿qué podemos hacer?
Debemos involucrarnos políticamente y pedir que haya una moratoria sobre los cultivos genéticamente modificados, ya que en términos de salud humana se agitan cada vez más banderas rojas en cuanto a sus consecuencias. Todas las pruebas muestran que los cultivos transgénicos son tan malos como los industriales y no son tan buenos ni de cerca como las alternativas agroecológicas, que rompen con los monocultivos y mantienen ecosistemas sólidos y prósperos. Tenemos que deshacernos completamente del modelo de cultivo transgénico y pasar a algo más sostenible. El peligro de los cultivos transgénicos es que eliminan estas alternativas.
¿Cómo trabajan Vía Campesina y otras organizaciones que defienden la soberanía alimentaria?
Depende del país. Vía Campesina es un movimiento de más de 150 millones de agricultores, granjeros y campesinos sin tierras. En cada país diseñan su propio programa, porque cada sistema ecológico es diferente, pero la idea fundamental es que todo el mundo está unido por la soberanía alimentaría y todos pueden determinar su propio sistema alimentario. Es algo muy distinto a la situación que tenemos actualmente, donde quien determina nuestra alimentación son las grandes empresas. Nunca ha habido una democracia real en nuestro sistema alimentario.
En su nuevo libro, The Value of Nothing (El valor de nada), se pregunta si no hay una mejor manera de valorar nuestro mundo que a través del mercado...
Ponerle precio a la comida según el mercado es una forma inapropiada de asegurar la sostenibilidad de nuestros alimentos. Pero hemos olvidado que en prácticamente todas las culturas ha habido una forma de gobernar y compartir los recursos que no tiene nada que ver con libres mercados ni gobiernos, sino que involucra a las comunidades, que son las que se autogestionan. Elinor Ostrom, reciente ganadora del premio Nobel de Economía, obtuvo el galardón por demostrar que hay casos reales en los que las comunidades pueden gestionar por sí solas los recursos naturales de maneras mucho más sostenibles que la forma en que lo hacen el libre mercado o los gobiernos. Debemos preguntarnos por qué nuestra economía es tan mala, por qué el mundo es tan insostenible y debemos empezar por desarrollar y recordar nuevas formas de valorar el mundo con la idea de lo común. Creo que tenemos a nuestro alcance los medios para poder crear una forma de vida en común sostenible allá donde vivimos que no tenga nada que ver con el capitalismo, los gobiernos y los negocios, sino con encontrar otras formas de valorar y compartir nuestros recursos.